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LIDIAR CON LA INCERTIDUMBRE

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LIDIAR CON LA INCERTIDUMBRE

Desde pequeños, recibimos una educación muy enfocada al control: pensar antes de actuar, equivocarse lo menos posible, superar exámenes, tomar decisiones en base a hechos, valorar probabilidades… Obviamente, esto hace que desarrollemos destrezas muy útiles en nuestra sociedad, pero nos deja bastante vulnerables cuando, como ocurre en este 2020, la incertidumbre es la única certeza.

No es de extrañar entonces, que haya aumentado la incidencia de los cuadros ansioso-depresivos. No sabemos muy bien en qué clase de mundo vamos a vivir los próximos años, probablemente no sabemos qué contestar a nuestros niños cuando nos hacen preguntas sobre el futuro más cercano, y tenemos que darnos de bruces con la evidencia (que, en realidad, ya estaba ahí) de que vivimos en una película con un guion por escribir.

Va en nuestra herencia filogenética tratar de predecir, así que no es de extrañar que busquemos soluciones artificiales, algunos negando lo que pasa, otros viendo conspiraciones o soluciones mágicas, otros simplificando en alternativas dicotómicas. Nos sobreinformamos, a menudo buscando inconscientemente aquello que queremos creer, o bien que confirma nuestros miedos y creencias más limitantes, eso ya en función del guion de vida de cada uno. Obviamente, los medios de comunicación y representantes políticos se suman y potencian esta tendencia, quizá con sus propios intereses o quizá como reflejo de las personas que los manejan.

Este “tener una opinión clara”, “saber lo que hay que hacer”, “estar a favor o en contra”, nos da una sensación, falsa y endeble, pero un poco menos dolorosa, de seguridad.

Sin embargo, el precio a pagar es vivir un poco separados de lo que realmente nos podría servir para crecer en el manejo de la realidad incierta: dejarnos impactar y ser, de algún modo, más “vulnerables” y permeables a lo que está pasando, escuchando con atención lo que se nos mueve por dentro, y desarrollando una mirada curiosa a los hechos y a la experiencia de los demás.

Asumir que no sé nada sobre el futuro, como no sé nada sobre cómo otros están experimentando esta misma realidad, puede sonar sencillo, pero es toda una tarea terapéutica.

Si realmente estamos abiertos a la experiencia presente, e interesados en las perspectivas y marcos de referencia de los demás, viviendo con más curiosidad que expectativas y prejuicios, lo que nos encontremos desafiará nuestros esquemas, y quizá cambiemos. Que la experiencia nos cambie, puede ser fuente de incomodidad, pero también es la menos enferma de las opciones, a nivel individual y a nivel social. Y la que más nos va a movilizar hacia cambios positivos. Porque, una vez libres de defensas, para habitar con un poco más de bienestar en escenarios inciertos, vamos a sentir el impulso de, en la pequeña medida en la que seamos capaces, influir, poner algo de nuestros nuevos esquemas en el entorno.

Una vivencia saludable de la incertidumbre, requiere por tanto estar dispuesto a tolerar cierto grado de inquietud, a dudar, a dejar que lo que ocurre te impacte, te conmueva, te transforme. Por eso no deberíamos añadir sufrimiento con desafortunadas fantasías de control y predictibilidad. Cuando estamos abiertos a la experiencia y asumimos desde las tripas nuestra pequeñez en medio del universo, experiencias cotidianas, encuentros muy breves, pequeñas acciones, pueden resultar significativas. Y esa es la parte buena de ser el único animal con consciencia de intangibles como la incertidumbre. Vivir bien aún con incertidumbre, incluye sentir los cambios, y a la vez no estar psicológicamente abandonado a ellos.

En definitiva, ya que la incertidumbre ha venido para quedarse y vamos a tener que lidiar con ella, en lugar de resistirnos vamos a dejar que nos cambie, vamos a renunciar a sentir que tenemos respuestas, y a mirar con curiosidad, y entonces quizá en cada uno de nosotros crezca una manera de estar un poco más consciente y quizá, quién sabe, logremos alcanzar pequeños “mundos” un poquito mejores.

Verónica Diez Aramburu

Verónica Diez Aramburu es una profesional de la psicología con más de 15 años de trayectoria dedicada al acompañamiento en los planos organizacional, psicológico y educativo. Ha trabajado con diversos colectivos en diferentes circunstancias y estadios evolutivos (niños y niñas, adolescentes, personas adultas y mayores).

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